miércoles, 11 de noviembre de 2015

LA FILOSOFIA EN LA PLAZA Y LA PLAZA DE LA FILOSOFÍA.



De un tiempo a esta parte no es raro leer algún artículo en que se defiende la utilidad de la asignatura de Historia de la Filosofía, en que se justifica esa defensa con argumentos repetitivos que, en los tiempos que corren, apenas son leídos. Ciertamente no voy a inventar un nuevo elenco de razones, quizás ya no las hay. Pero aprovecho para llamar la atención sobre la indignación que en materia educativa provoca la nueva LOMCE: cuando una ley reduce la presencia del pensamiento filosófico en el bachillerato, entiende que antes de dialogar, de establecer decisiones entre grupos minoritarios competentes, de entender y comprender lo que ocurre y de buscar lugares de debate, es más eficaz por motivos políticos llevar todo este utillaje intelectual a la calle porque ahí los días de la negociación están contados. Es más fácil desmantelar la filosofía en la plaza que en las mentes.
No digo que los movimientos ciudadanos sean inútiles, no condeno estas manifestaciones, puesto que sin ellas la democracia se quiebra, se convierte en un mero título, una herencia que se mantiene por la inercia de los poderosos. Digo que si esperamos a debatir en la calle, al final nos levantan las tiendas de campaña y a todos con ellas. Digo además, que si no existen esos debates en las aulas de los institutos y las universidades, si no hay espacios comunes para la reflexión, si no se investigan las fuentes del pensamiento y las contradicciones que han movido a los sistemas de poder, entonces nos echaremos a la calle, pero estaremos a la intemperie y será demasiado fácil sucumbir por el uso de la fuerza.
Podría pensarse que soy un oportunista al recordar con cierta nostalgia los escasos resultados de lo que se dio en llamar “El 15 M” y que ahora no queda más remedio que irse por otro camino, camino que hoy vengo a indicar. Nada de eso. Basta recordar la célebre distinción kantiana entre “aprender filosofía” y “aprender a filosofar” para darse cuenta que las cosas van de otra manera. Con la primera expresión Kant reduce la filosofía a un conjunto de ideas más o menos relevantes sobre algunos filósofos; dice que el estudiante demuestra que está en posesión de cierta información, diríamos conocimientos y que maneja conceptos y los relaciona en un entramado filosófico del que tendrá que dar cuenta de una u otra manera delante del profesor. Bajo la segunda expresión el
estudiante se libera de esa incesante sujeción y es capaz de transformar los conocimientos en sabiduría, porque la destreza se convierte en vocación al diálogo, a la comunicación clara y crítica, a elevar el tono intelectual y echar por tierra a los títeres de la propaganda intelectual, a conformar su perfil de pensador activo. Entonces los contenidos ya no se aprecian tanto por ser información, ni se juzgan por su aparato conceptual. El filósofo desea transformar la realidad movido por un triple compromiso: con el saber, con la acción y con la justicia. Y hoy nuestra idea de filosofía no es solamente aprender contenidos, sino crear aptitudes y aprender a ser individuos que vivan de su pensamiento. Los filósofos que nos enseñan son ejemplos de esa libertad que hoy está tan amenazada. Eliminar ese encuentro es privar al alumno de ser autónomo.
La mayoría de edad que tanto deberíamos reivindicar hoy pasa por tomar la plaza, pero también por convertir los espacios educativos en ágoras del pensamiento. Salir de la minoría de edad, verse libres de tanta manipulación, de tanto servilismo y de tanta incompetencia, exige transformar los conocimientos en sabiduría, base firme que tiene que soportar nuestra democracia. Seguros en el conocimiento y firmes en la acción para que no nos desmantelen de nuevo.
Crece la indignación al mismo ritmo que la LOMCE desaloja de nuestros institutos la Historia de la Filosofía, es decir, la Historia de los hombres y las mujeres que se han hecho fuertes en el pensar, críticos en la acción y seguros en la lucha por la defensa de los intereses comunes. Gracias a ellos podemos hoy combatir tanta pereza, cobardía y necedad. Comprometidos y enamorados de la verdad, de la libertad. Lo contrario es vivir de la necedad de quien quiere imponer su ley.
El diecinueve de noviembre es del Día Mundial de la Filosofía. Ya pasan de ciento cincuenta mil las firmas recogidas para lo que hemos llamado “Salvemos la Filosofía”, una campaña en favor de esta materia. Estamos a tiempo de parar esta sangría, de impedir que las materias filosóficas que nos atan a la realidad se vayan. El futuro a la intemperie, mientras se oyen los ecos de unos cambios acaso firmemente reivindicados, pero astutamente silenciados por el poder. Sin filosofía el futuro está en el aire y el pensar se fractura. Los pedazos se limpian fácilmente y la plaza queda vacía.

Simón Rabanal Celada.

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